lunes, 9 de noviembre de 2015

Cómo nos cambian la vida

Al principio había silencio. Hoy ya no más. Antes las cosas cumplían su vida útil. Ahora se desmaterializan al contacto con una pelota. 
Mi casa está permanentemente llena de energía, porque los niños son incansables. Están hechos de una especie de materia incombustible que mantiene su vitalidad a flor de piel. 
Con el primero "pagamos cara la novatada". Con los otros dos... también. 
Desde hace trece años dormimos poco. Ellos, cuando por fin se duermen, entran en modo "piedra" y hasta cuesta despertarlos. 
Se lucha por todo: para que coman, para que se desvistan, para que se vistan, para que se bañen, para que dejen de pelear.  
Poner quejas unos de otros se ha convertido en un deporte filial. Y nosotros, sus padres, que tenemos las facultades que nos da la patria potestad, dirimimos las diferencias, previa tarea "sherlockholmesca" de armar el rompe-cabezas de lo sucedido.  
Lo poco que llevan de vida lo han vivido al máximo. Pero no sin "riesgos", lo que se evidencia por unos moretones aquí, unas cicatrices frescas allá, unos raspones por acullá. 
Ellos sueñan con crecer rápido. Nosotros con lo contrario. Pero no se puede vivir la vida por ellos.
Con ellos nos hemos vuelto polifuncionales. Hacemos de médicos, consejeros, deportistas, enciclopedias humanas, guardas de seguridad, canguros, monigotes. 
Por ellos estamos al tanto de las películas infantiles, personajes de dibujos animados, tendencias, lenguajes, músicas...
Cambiaron para siempre nuestras rutinas diarias. Ellos son prioridad. 
Y si alguien al final del día, en medio de los escombros, cuando todo por fin ha acabado y mientras ellos recargan sus baterías para comenzar el mare mágnum nuevamente, nos preguntar: ¿vale la pena? Sin dudarlo responderíamos, por supuesto!!!!